En la Biblia tenemos casos, como, por ejemplo, el de Nadab y Abiú, (Lev. 10) hijos del Sacerdote Aaron, como también el caso del Rey Saúl, (1Sa. 15) quienes, quizá con muy «buenas intenciones», ofrecieron ofrendas y sacrificios a Dios con apariencia de piedad, pero ambos fueron rechazados por Dios, y considerados indignos. ¿Por qué?
Porque lo que es necesario considerar aquí, es que, la adoración, al ser instituía por Dios, deja por sentado que es exclusivamente Él, quien tiene la prerrogativa de determinar cómo debería de adorarle Su pueblo.
La creación no puede, ni debe ofrecer adoración a Dios a su manera, bajo los conceptos de su propia imaginación, o amoldados a la tendencia del momento, sino, proponerse a ofrecer una adoración en espíritu y en verdad: Digna de ser dirigida al Señor Dios, Vivo y Verdadero.
¿Cuáles son, entonces las características de una adoración genuina y digna de nuestro Señor? Esa es la respuesta que estaremos considerando a lo largo de este nuevo Sermón.
Acompáñanos, y junto al Pr. Eddie Icaza, observemos el ejemplo de Jesús, de los Apóstoles, y la Iglesia a lo largo de la historia.